Esto es lo que se podía leer este verano en las servilletas de
papel de todos los bares de un pueblo costero de Cantabria y sinceramente: ¡te
animaba el día!
Al leerlo, mi corazón se alegraba y sin darme cuenta se disparaba
mi imaginación y mis ganas de acción. Segundos después, mi mente -que siempre es un poco más lenta- me
hacía saber que las posibilidades de que eso fuera verdad, eran muy pocas:
porque aspirar a lo mejor cuando has pasado el ecuador de tu vida no parece
razonable.
Y entonces, como siempre, me puse a reflexionar.
¿Por qué necesitamos oír esas cosas?, ¿por qué nos gusta oírlas?,
¿por qué deseamos creerlas?, ¿por qué nuestros corazones reaccionan tan
positivamente a ellas aunque nuestra mente no esté muy convencida?
Pues porque somos humanos , seres esencialmente emocionales, y
porque mantener una mirada poética y optimista de la realidad es lo único que
puede transformar el sentido de lo que nos pasa y elevar nuestro ánimo.
No sé si parece razonable creerlo, pero sí parece inteligente
dejarse seducir por una idea así: porque nos recuerda que hay que seguir
luchando y que podemos transformar el sentido de aquellas cosas que nos
suceden.