Esto es lo que se podía leer este verano en las servilletas de
papel de todos los bares de un pueblo costero de Cantabria y sinceramente: ¡te
animaba el día!
Al leerlo, mi corazón se alegraba y sin darme cuenta se disparaba
mi imaginación y mis ganas de acción. Segundos después, mi mente -que siempre es un poco más lenta- me
hacía saber que las posibilidades de que eso fuera verdad, eran muy pocas:
porque aspirar a lo mejor cuando has pasado el ecuador de tu vida no parece
razonable.
Y entonces, como siempre, me puse a reflexionar.
¿Por qué necesitamos oír esas cosas?, ¿por qué nos gusta oírlas?,
¿por qué deseamos creerlas?, ¿por qué nuestros corazones reaccionan tan
positivamente a ellas aunque nuestra mente no esté muy convencida?
Pues porque somos humanos , seres esencialmente emocionales, y
porque mantener una mirada poética y optimista de la realidad es lo único que
puede transformar el sentido de lo que nos pasa y elevar nuestro ánimo.
No sé si parece razonable creerlo, pero sí parece inteligente
dejarse seducir por una idea así: porque nos recuerda que hay que seguir
luchando y que podemos transformar el sentido de aquellas cosas que nos
suceden.
La idea es muy buena porque insiste en la perseverancia e invita
al optimismo: dos cualidades imprescindibles para ir por la vida. Esto es lo
que hizo Víctor Frankl en el campo de concentración: nunca perdió de vista su
meta -aunque los indicios no eran muy favorables- creyendo siempre que volvería
a dar clases en la universidad y además, durante su encarcelamiento reescribía
con perseverancia el manuscrito que le fue requisado nada más entrar.
Al reflexionar sobre esta idea, se me ha hecho evidente algo que
puede parecer obvio, y es que el optimismo requiere de la Fe o de una profunda
confianza en el futuro. Sin fe pocas veces tiraremos adelante por la vida. Mi
admirado Stefan Zweig lo expresa de una forma mucho más literaria: “Nunca ha sobrevenido un milagro a alguien
que no lo haya esperado fervientemente en su interior durante mucho tiempo”
y concluye diciendo “el milagro es el
hijo predilecto de la fe”.
Una forma muy poética de expresar unas actitudes que apuntan a
otra cualidad que hoy en día está en boca de todos y que solemos expresar en
inglés: la importancia de ser “resilient”:resistente
ante las adversidades para no desfallecer en el camino y conseguir tus
objetivos.
Tenemos que estar preparados para “caernos siete veces y levantarnos ocho” como dice un proverbio
japonés. Con confianza plena en nuestras metas y sin renunciar jamás a nuestros
sueños; porque entonces estaríamos renunciando a ser nosotros mismos. “No importa lo lento que vayamos, lo
importante es que no nos paremos” como muy sabiamente nos recuerdan las
palabras de Confucio.
Las servilletas cántabras nos dan la clave: no rendirnos y
mantener con optimismo la visión clara de lo que queremos. Así que seguiré dejando
que mi corazón se alegre al leer esta frase aunque mi mente tenga dudas; y es
que el optimismo requiere de la inteligencia, de mucha inteligencia para ser
capaces de imaginarnos un futuro diferente y mejor. ¡Lo mejor!, que con toda
seguridad… está por venir.
IDEAS PARA RECORDAR:
Podemos transformar
el sentido de lo que nos pasa manteniendo una actitud optimista.
Dos cualidades
imprescindibles para ir por la vida: optimismo y perseverancia.
No renuncies a tus
sueños, porque estarías renunciando a ti mismo.
“Cáete siete veces,
levántate ocho” proverbio japonés.
“No importa lo lento
que vayas, lo importante es no parar” Confucio
El optimismo requiere
de la fe y la confianza y de muchísima inteligencia.
Foto: MarCruzCoach
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