En la película “El secreto de sus
ojos” pudieron atrapar al asesino siguiendo el hilo de sus aficiones porque “uno
puede cambiar de casa, de coche, de ropa, de marido/mujer, de partido político,
de país... pero uno no puede cambiar de pasiones”.
Es así́ de sencillo: si hay algo que
nos delata y habla por nosotros, son nuestras aficiones y nuestras pasiones,
porque en ellas está nuestra verdadera esencia y sólo ellas nos hacen latir y
conectar profundamente con la vida.
Lo que realmente deseamos es sentir
algo profundamente: queremos vivir enamorados, emocionados y, a poder ser,
entusiasmados (poseídos por los dioses).
Es obvio que buscamos eso:
necesitamos dioses, amantes, drogas, ideas por las que vivir o morir, personas
a las que entregarnos, causas dignas por las que luchar; y si no las tenemos,
nos las inventamos.
Los líderes suelen ser personas
entusiastas, aferrados a causas nobles o no tan nobles, pero en cualquier caso,
con visiones potentes y claras. Y resultan tan atractivos, que la mayoría los
seguimos porque queremos la misma droga, queremos sentir como ellos.
Y es que como dice Zweig la
humanidad nunca ha seguido a los moderados: ésos no nos atraen porque la razón
no engancha tanto, es una fuerza regulativa pero no creativa. Nos gusta que nos
mantengan unidos a nuestras dosis de locuras.
Pero no parece tan fácil tener esas
pasiones, que en el fondo no son más que nuestro verdadero motivo, el verdadero
sentido de nuestras vidas.
Una amiga me escribió́ una vez: “Ayer
compré un cuadro. Un magnifico cuadro de una de mis artistas preferidas, una
artista de verdad, de arriba abajo. Vive y siente la pintura como la vida.
Respira arte (...) hoy no he dormido bien. Envidia, creo. Envidia de que
alguien sienta algo tan profundamente, de que lo haga tan bien y desde dentro
del alma. De que alguien tenga algo a lo que aferrarse y respirar a su través.
Hoy me siento vacía. Me he quedado sin habla”.
Recuerdo sentirme plenamente
identificada en su emoción y es que a una vida moderada y equilibrada siempre
le falta algo de vitalidad. De hecho, la depresión no es más que la ausencia de
pasiones: es una olla fría en la que no bulle nada.
Constaté la misma experiencia
mientras veía como el personaje “sano” de la película “The Solist”, el
periodista, quedaba absolutamente prendado ante lo que podía sentir el músico “enfermo”
de esquizofrenia tocando el violín, sintiendo y respirando la música dentro de
él. Su pasión por la música le hacía sentirse extraordinariamente vivo: una
viveza no exenta de sufrimiento. Y esa vivacidad, ese arraigo a la vida era una
emoción tristemente desconocida para el periodista.
Son esos momentos de éxtasis que
parecen locos, fuera de sí y fuera de la realidad, los que dicen mucho de
quiénes somos. Pero no sólo eso, hay algo aún más importante que encontramos en
la propia definición de “έκστασις ekstasis” que
lo deja muy claro: ”se trata de un estado de
plenitud máxima, usualmente asociado a una lucidez intensa que dura unos
momentos. Tras su fin, la vuelta a la cotidianidad puede verse incluso
transformada por el evento previo, pudiéndose sentir aún algún grado constante
de satisfacción. Es entonces una experiencia de unidad de los sentidos, en la
que pensar, sentir, entender e incluso hacer, están armónicamente integrados.”
En el éxtasis hay
desconexión momentánea de la realidad pero no hay caos, no es absurdo lo que se
vive ahí́, sino pura lucidez.
Ya sé que no es oro todo lo que reluce, porque en
la pasión hay más padecimiento que goce, por eso se llama pasión: el músico
enfermo es capaz de sentir (gozar y sufrir) lo que jamás sentirá́ (gozará y
sufrirá́) el periodista sano. Y debe ser por eso mismo que como vivimos
instalados en una filosofía tremendamente gris y fofa, la situación no nos
invita a vivir apasionados. Nos ofrece goces fáciles, totalmente a mano y bajo
la protección del Estado del Bienestar, que nos anestesia para que no sintamos
dolor. Es que vivimos en la era de la anestesia (sin sensación). Las cosas ya
no hay que ganárselas ni sufrir por ellas.
Bueno, cada cual puede
elegir: pero como dice un amigo mío: “mejor morir ardiendo que vivir
congelado”.
IDEAS PARA RECORDAR:
En las pasiones
encontramos nuestra verdadera esencia: son las que nos conectan profundamente
con la vida.
Nos encanta vivir
enamorados, apasionados y entusiasmados (poseídos por los dioses).
La humanidad nunca ha
seguido a los moderados. La razón como órgano regulativo es necesaria, pero no
nos engancha como las pasiones que nos hacen ser mucho más creativos.
El éxtasis es un
momento que nos permite vivir plenamente desde todos los sentidos una
experiencia que nos lleva fuera de nosotros y que va asociada a una lucidez
intensa.
“Mejor morir ardiendo
que vivir congelado”: sin haberse enterado de qué va esto de vivir
intensamente.
Foto: Bioguía
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