“Mira
como cada una de tus virtudes codicia lo más alto de todo: quiere tu espíritu
íntegro, para que éste sea su heraldo, quiere toda tu fuerza en la cólera, en
el odio y en el amor” F.Nietzsche
Animada por un amigo, sigo hablando de pasiones: es que en ellas
está realmente la clave para vivir intensamente; bueno para vivir sin más. El
secreto reside en estar conectado con ellas, en no ocultarlas, apartarlas o
silenciarlas, cosa que parece que hacemos con muchísima frecuencia, sino en
darles rienda suelta sin entrar en grandes reflexiones.
Las pasiones florecen cuando dejas que tu brújula interior tome el
mando, cuando permites que tu sello personal se despliegue, cuando dejas que tu
diferencia aflore y se potencie. Si te entregas a ellas, todo fluye de una
manera más sencilla. Y digo sencilla, no por fácil, no porque esté exenta de
dificultades sino porque sentirás que para ti es la única manera de estar en el
mundo: y eso es un gran regalo.
El título del post me lo ha inspirado ese clásico del cine sobre
Miguel Ángel “El tormento y el éxtasis”. La película se centra en las
emociones, sentimientos, alegrías y tormentos que vivió el artista mientras
pintaba los frescos de la capilla Sixtina; y es un claro ejemplo de lo que significa
permitirse ser uno mismo guiado por su propio sello.
A Miguel Ángel jamás le importó la fama o el dinero. Su gran
cualidad fue respetar y amar profundamente su propio instinto sin cuestionarlo.
Nació escultor, veía a David, a Moisés, la Piedad donde el resto sólo
hubiésemos visto un gran pedrusco. Se negó en un primer momento a realizar los
frescos que le encargó el Papa Julio II; y, por supuesto, le desobedeció en cuanto
al contenido de los mismos. Por una sencilla razón: sólo podía pintar y hacer
lo que sentía. Sólo podía ser como era. Era la más pura alézeia: la necesidad imperiosa de mostrarse y desenvolverse tal
como era, sin la menor concesión a la hipocresía de la apariencia fingida para
obtener la aprobación de los demás.
No escatimaba en esfuerzos: se pasaba días sin dormir, sin comer,
pensando en las formas, los colores, la expresión de los rostros… como les pasa
a los enamorados. Y es que sobrevivir pierde valor frente a súper vivir, que
diría José Antonio Marina.
Súper vivir no es vivir muy cómodo, ni tranquilo, ni tumbado en
una hamaca. Con toda seguridad te dará trabajo, te meterá en problemas, te
exigirá esfuerzo y dedicación. Miguel Ángel tardó cuatro años en esculpir su
David y vivía en esa agonía (esa batalla que siempre parece la definitiva) de
artista que se empeña en definir lo indefinible concebir lo inconcebible y
abarcar lo inabarcable.
Me gusta especialmente cuando Contessina de Medici le dice a
Buonarrotti que la Capilla Sixtina no es una obra de arte sino un acto de amor.
Me hizo pensar que todas las obras de arte son actos de amor, y que todas las
pasiones no son más que el reflejo de un profundo amor a la vida y al regalo de
estar vivos. El amor -dice Contessina-
es extraño, tiene el idioma de la sangre: ni frío ni indiferente, no es
tormento ni éxtasis y es ambas cosas a la vez.
Otra cuestión que nos suele
incomodar y -que expresan mis clientes a menudo- es el hecho de pensar que
nuestras pasiones no son útiles, y por lo tanto, tenemos que dejarlas un poco
de lado reducidas a mera afición. ¿Os imagináis que Miguel Ángel sólo hubiese
pintado o esculpido en sus ratos libres? ¡Qué desastre! ¿Os imagináis que el
Buonarrotti se hubiese puesto a reflexionar para qué sirve una escultura, una
pintura o el arte en general? ¡Otro desastre! ¿O que se hubiese atenido
rigurosamente a la idea y a la voluntad del que le hizo el encargo? ¡Una
auténtica ruina!
Tenemos varias opciones: una, sería no plantearnos demasiado su
utilidad, otra, redefinir el concepto mismo de la utilidad; y, por último,
confiar en que todo lo que emana de nuestro corazón está muy por encima de la
utilidad. Para las pasiones no valen los criterios de utilidad (“usabilidad”).
No está en la naturaleza de las pasiones el “ser usadas”, porque se resisten
totalmente a ello. Si algo es posible (y por ahí andan los genios) es que sean
las pasiones las que tiren de nosotros. No nosotros los que tiremos de ellas.
Yo apuesto por esto último, porque en cualquier caso, sentir que
uno tiene una pasión y, por tanto, un destino, es el mayor regalo para un ser
humano.
Nietzsche dice: “Una virtud
terrena es lo que yo amo: en ella hay poca inteligencia, y lo que menos hay es
la razón de todos. Pero este pájaro ha construido en mí su nido: por ello, lo
amo y lo aprieto contra mi pecho, -ahora incuba en mí sus áureos huevos”.
La pasión, en efecto, no admite cálculos: es ella la que nos
posee. Es ella la que hace que estemos poseídos por una fuerza superior a
nosotros mismos.
IDEAS PARA RECORDAR:
A las pasiones hay que darles rienda suelta sin muchas
reflexiones.
Las pasiones florecen cuando despliegas tu sello personal y
permites y potencias tu diferencia.
Si te entregas a ellas sentirás que -para ti-, sólo hay una manera
de estar en el mundo.
La gran cualidad de Miguel Ángel fue respetar y amar profundamente
su propio instinto sin cuestionarlo.
Sobrevivir pierde valor frente al súper vivir.
La pasión y el amor no son tormento ni éxtasis: son ambas cosas a
la vez.
El mayor regalo para un ser humano es sentir que tiene una pasión
y, por lo tanto, una fuerza irresistible que lo empuja hacia un destino.
Foto: Mt.Santa Rita
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