"El enriquecimiento de la cultura no nos ha sido
dado gratuitamente, sino que se paga con una enorme limitación de la libertad
de nuestros instintos.”. Sigmund Freud
Esta aparente
contradicción o paradoja me lleva a mis primeros posts: Las emociones (o los instintos) son
inteligentes, y las emociones son un tren arrollador, ¿en qué quedamos? Pues
ambas son ciertas.
Por eso
estamos siempre agotados: sin deseo no hay motivación, no hay energía, no hay
pulsión, no hay tensión… pero si deseamos demasiado o lo que no nos conviene,
nos destruimos y no llegamos a ningún lugar interesante.
Somos deseos
desbocados y somos deseos inteligentes… ¿Qué parte de nosotros maneja semejante
situación?
Los distintos
pensadores han explicado este fenómeno de diferentes maneras, el gran Platón
–en su mito del carro alado- ya representó el alma humana como un Auriga (El
Yo) que tenía que guiar a dos caballos, ambos de pura raza, uno que proporciona
los deseos positivos: hacia la justicia, la verdad, la disciplina, la
moral (Superego) y el otro caballo que
busca la satisfacción de los instintos, de las pasiones descontroladas. (el
Ello).
Freud, por su
parte, interpretó que el Yo debe manejar
al Superego (las aspiraciones nobles de
la cultura) y el Ello (los instintos básicos más primarios). De tal manera que
nuestro Yo siempre anda luchando entre las exigencias de nuestra biología y las
de nuestra cultura. Asunto que siempre se soluciona con más o menos represión.