"Las patrias no son lugares físicos sino actitudes, conceptos y valores para entender el mundo." M.M.Cruz
De todos es conocido que la filosofía
surge a partir de unas coordenadas que la posibilitan. Las que más nombramos
son el ocio y el asombro: porque sin tiempo libre, difícilmente podemos reflexionar
y sin la capacidad de maravillarnos ante lo cotidiano, no seríamos capaces de
cuestionarnos lo que la mayoría ni siquiera percibe, o simplemente acepta desde
la inmediatez. Es la indispensable dosis de estupidez sin la que no podemos
vivir de verdad; igual que sin una razonable dosis de locura es imposible
emprender nada.
Pero quizás no insistimos lo suficiente
en el hecho de que la filosofía surge en las polis más alejadas del centro
político griego, entre ellas, las colonias, una especie de exilio forzoso de
carácter más demográfico e incluso aventurero que político, polis llenas de lo
que hoy llamaríamos exiliados y refugiados. La filosofía surge en un ámbito
rico en diferentes culturas, diferentes formas de pensar. Y rico sobre todo en
gente audaz, a la que estimula poderosamente el riesgo. La convivencia
intercultural es pues un ingrediente básico para una reflexión profunda.
Vi hace poco la película argentina de
“El ciudadano ilustre” en la que un famoso escritor galardonado con el Nobel
-después de muchísimos años viviendo en Barcelona- decide visitar su pequeño
pueblo en Argentina. Tras la primera emoción del reencuentro con su infancia,
se siente incómodamente asfixiado en una comunidad cerrada y provinciana.