"Las patrias no son lugares físicos sino actitudes, conceptos y valores para entender el mundo." M.M.Cruz
De todos es conocido que la filosofía
surge a partir de unas coordenadas que la posibilitan. Las que más nombramos
son el ocio y el asombro: porque sin tiempo libre, difícilmente podemos reflexionar
y sin la capacidad de maravillarnos ante lo cotidiano, no seríamos capaces de
cuestionarnos lo que la mayoría ni siquiera percibe, o simplemente acepta desde
la inmediatez. Es la indispensable dosis de estupidez sin la que no podemos
vivir de verdad; igual que sin una razonable dosis de locura es imposible
emprender nada.
Pero quizás no insistimos lo suficiente
en el hecho de que la filosofía surge en las polis más alejadas del centro
político griego, entre ellas, las colonias, una especie de exilio forzoso de
carácter más demográfico e incluso aventurero que político, polis llenas de lo
que hoy llamaríamos exiliados y refugiados. La filosofía surge en un ámbito
rico en diferentes culturas, diferentes formas de pensar. Y rico sobre todo en
gente audaz, a la que estimula poderosamente el riesgo. La convivencia
intercultural es pues un ingrediente básico para una reflexión profunda.
Vi hace poco la película argentina de
“El ciudadano ilustre” en la que un famoso escritor galardonado con el Nobel
-después de muchísimos años viviendo en Barcelona- decide visitar su pequeño
pueblo en Argentina. Tras la primera emoción del reencuentro con su infancia,
se siente incómodamente asfixiado en una comunidad cerrada y provinciana.
La película es de lo más entretenida y
trae no sólo éste sino muchísimos temas de reflexión sobre el oficio de
escritor: el arte, el dolor, la vida… pero centrándome en el tema del
cosmopolitismo frente al provincialismo me dio la sensación de que se simplificaba
demasiado este fenómeno.
Asociar pueblo a provincialismo, y gran
urbe a cosmopolitismo, me parece demasiado simplista. Uno puede vivir en Nueva
York, Londres, París, Barcelona… sin moverse de un pequeño círculo asfixiante y
monotemático y sin moverse del mismo canal de televisión que lo homologa con
tantísimos otros. Es cierto que las grandes ciudades pueden invitar más a la
apertura de mentes; pero si uno se rige siempre por las reglas de su “grupo” y
no las cuestiona, puede ser igual de provinciano que el habitante de una
pequeña aldea. El hecho de que sea una aldea muy numerosa y global, no la
libera de los estigmas del aldeanismo. Y es que SER LIBRE, es decir ser uno
mismo, tener entidad propia es un ejercicio complejo que requiere de muchísimo
coraje incluso en ámbitos que consideramos muy modernos y abiertos.
La tentación de querer proteger nuestra
forma de pensar, “lo nuestro” (finalmente nuestro microclima y microambiente),
nuestra forma de hacer las cosas… es bastante universal. Y está bien querer
proteger “lo nuestro” pero no “por nuestro” sino porque después de una seria reflexión,
hemos convenido en que realmente es lo bueno para nosotros. Sin olvidar que el
“yo” singular es una tremenda y dolorosa anomalía. Y para llegar a esta
conclusión hemos tenido que pasar primero por el esfuerzo de conocer “lo otro”,
lo diferente.
No conozco, en efecto, a ningún filósofo
que haya hecho apología de su comunidad, y que haya defendido un territorio
como si de suyo, unas u otras tierras, unos u otros pueblos representasen
valores universales frente a otras tierras. El filósofo nunca filosofa para su
pueblo o para su gente. Es universal.
El pensador, el que tiene firme voluntad
de objetividad, no se adhiere a formas de pensar, por milenarias que sean, sino
que las cuestiona todas y es capaz de crear la suya propia.
Ser cosmopolita es un valor si
entendemos por tal –y como dice el diccionario- a una persona que ha viajado mucho a
diferentes países, conoce culturas diversas y considera que cualquier parte del
mundo es su patria. Y es que las patrias no son lugares físicos sino actitudes,
conceptos y valores para entender el mundo.
IDEAS PARA RECORDAR:
Para una buena reflexión es
importante tener ocio y salirse de los neg-ocios. Si siempre estamos inmersos
en lo urgente difícilmente vamos a ser capaces de pensar.
Imprescindible la capacidad
de asombro e incluso yo diría de estupidez. De todos es sabido que las
preguntas aparentemente más simples encierran una gran sabiduría. El científico
como el filósofo se cuestiona hechos a los que la mayoría no prestan atención.
El tercer ingrediente
básico para un pensamiento objetivo e interesante es la inmersión en una
convivencia intercultural. Huir del provincialismo es básico.
No se es más o menos
provinciano en función del tamaño del pueblo o ciudad en el que uno vive sino
en función de lo porosos que seamos a otras formas de pensar y estar en el
mundo.
El filósofo nunca filosofa
para su pueblo o para su gente. Es universal.
Las patrias no son lugares
físicos sino actitudes, conceptos y valores para entender el mundo.
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