“Cada día necesito menos cosas; y las
pocas que necesito, las necesito muy poco.” San Francisco de Asís.
Siempre he tenido muy presente el valor
de la renuncia y la austeridad: supongo que es porque formó parte de mi
educación pero también porque siempre me he sentido seducida por aquellos
personajes capaces de renunciar a bienes o estados que la mayoría deseamos.
Me parece heroico ser capaz de renunciar
a ciertas cosas, y además, al renunciar a ellas, te liberas de ellas.
Veo valor en el desapego a las cosas y a
las circunstancias. Vivimos pensando que no podemos vivir felices si no tenemos
tal casa, tal trabajo, tal vestido, hijos perfectos… Y estamos siempre
estancados y experimentando la carencia. Nuestro cerebro parece olvidar muchas
cosas, menos todas aquellas que nos faltan; y nos lo recuerda una y otra vez y
nosotros no paramos de recrearnos en ellas. Tenemos cierta tendencia al
masoquismo, parece.
Fantaseamos con la felicidad que
tendríamos si pudiésemos hacer un crucero, viajar a lugares lejanos, tener un
trabajo mejor remunerado, si tuviésemos salud, si viviésemos en otra ciudad, si
nuestra pareja fuese distinta… pero todo
eso es una coartada para instalarnos en las penas a las que, a veces, parecemos
adictos.
No tenemos excusas: podemos ser felices o
sentirnos razonablemente bien aquí y ahora, en esta circunstancia.
Una manera de hacerlo es haciéndonos
conscientes de que no necesitamos tantas cosas para ser felices, que las cosas
materiales, incluso el ser más inteligente, más guapo, más sano, más
reconocido… tampoco es para tanto.
El psicólogo Rafael Santandreu recomienda
un ejercicio diario, a modo de meditación, que le ayuda mucho a fomentar el
desapego a ciertas cosas. Consiste en imaginar que somos indigentes y que vivimos
en un albergue público y, aún así, estamos muy felices. Comenta –con bastante
humor- que se recrea con tanto entusiasmo en esta idea, que quiere serlo ya.
Este tipo de ejercicios son bastante
usuales en las Terapias Breves. Consiste en imaginar el peor escenario posible
respecto a aquellas cosas que nos importan muchísimo. Si se hace bien, uno
acaba dándose cuenta de que ni siquiera lo peor es tan terrible.
Renunciar es muy liberador: renunciar a
saberlo todo, renunciar a ser el mejor, renunciar a ser la madre perfecta,
renunciar a hablar ocho idiomas… Renuncias y aceptas lo que hay. De entrada la
ansiedad y el estrés se rebajarán muchísimo.
Curiosamente, y como en tantas otras
circunstancias de la vida, se produce una paradoja. Al renunciar a algo, al no
obsesionarte, al no vivir angustiada por ello, permites que eso pueda llegar a
ti de una manera más fluida. Quizás
pintes, escribas, estés empezando un negocio, quieras hacer unas oposiciones…
Cuando sabes que tu felicidad real no depende de ello, posibilitas el poder
disfrutar y conseguirlo.
Renunciar, como todo, puede ser muy fácil
o muy difícil. Lo primero que necesitamos es la voluntad real de hacerlo.
Nos lo tenemos que creer y hemos de apostar por ello. La meditación y
ejercicios de visualizaciones diarias donde nos veamos felices sin aquello que
nos parece imprescindible, son muy beneficiosas.
IDEAS PARA RECORDAR:
Tenemos cierta tendencia al masoquismo:
nos gusta vivir apegados a todas las cosas que nos faltan.
Piensa que puedes ser feliz aquí y ahora
sin eso que crees tan necesario.
Haz ejercicios diarios de visualizaciones
donde te veas feliz renunciando a lo que ahora te parece imprescindible.
Renunciar es muy liberador.
Paradójicamente, el desapego a ciertas
circunstancias o cosas, puede favorecer que éstas lleguen más fácilmente a tu
vida.
Foto: MarCruzCoach S´Agaró.
No hay comentarios:
Publicar un comentario