"La vida va de confianza: de darla y de merecerla". M.M.Cruz
Si como dice Gandhi tenemos que ser el cambio que queremos ver en el mundo, no
estaría mal empezar por que cada uno de nosotros fuésemos fiables, es decir,
dignos de la confianza de los demás e igualmente que nos mantuviésemos fieles a
aquellos que han demostrado su dignidad. Es un lema sencillo que podría cambiar
el mundo. “Sé fiel y fiable”. Si esto se convirtiera en un imperativo
categórico kantiano, el mundo daría un giro de ciento ochenta grado, porque en
el fondo, e insisto, la vida va de confianza: de darla y de merecerla.
La fe (que es lo mismo que confianza, palabra derivada de fides) es una palabra que asociamos a la
religión, quizás porque uno no pueda imaginar mayor confianza que la creencia
en un Dios: un ser sobrenatural y omnipotente al que no vemos ni oímos
directamente. Al menos, la mayoría.
No obstante, fe le ponemos a muchas cuestiones, aunque no seamos
conscientes de ello. Toda nuestra vida está repleta de actos que implican una
enorme confianza en muchas cosas que ni vemos ni comprobamos por nosotros
mismos: los hechos históricos, los resultados científicos, la última moda
pedagógica, la palabra de otra persona, los
datos macroeconómicos…
La idea de que vamos sustituyendo a Dios por la Razón, la Ciencia,
el Arte, la Nación, la Ecología… es una interpretación clásica de la filosofía
que parece bastante razonable porque al fin y al cabo, no haríamos nada sin
confianza: no podríamos movernos por la vida.
La confianza es muy positiva. Invita al optimismo, a la acción, a
seguir adelante. Somos “bichos utópicos” –que diría Mujica, o “hijos de la
ilusión” en boca de Virginia Woolf . No lo podemos evitar, está en nuestra
naturaleza. Desde que decidimos que no podemos darle rienda suelta a nuestros
instintos, desde que nos convino crear nuevas fórmulas de convivencia, en
definitiva, desde que nos construimos un alma y un espíritu, nos hemos ido
construyendo ideales. Ideales a los que le ponemos muchísima Fe, tanta que a
veces se nos olvida que son nuestros ideales.
Pero en la vida casi todos los caminos son de ida y vuelta. Es
decir, para que yo deposite mi confianza en algo o en alguien, el otro debe
demostrarme que es digno de esa confianza. ¿Y qué ha sucedido? Que en muy pocos
ámbitos vemos esa dignidad. Los políticos no cumplen sus promesas electorales
(¡Ojalá Donald Trump tampoco lo haga!), la ciencia se desdice cada vez que
surgen nuevas investigaciones, las
uniones personales (matrimonio, familia…) son temporales y cambiantes, se
denomina obras de arte a “churros” que podría haber hecho yo misma… muy
poquitas cuestiones y sólo en ámbitos muy privados las cosas parecen sólidas.
Lo mío no es el pesimismo, pero parece obvio que estamos en un
momento decadente de la humanidad. La falta de solidez y de valores -en el
fondo- nos esclaviza y, a mí personalmente, me aburre. Echo de menos algún tipo
de ideal colectivo que no se limitara a ponernos los pies en la tierra, sino la
mirada en las estrellas. No debo ser la única que siente esto; por eso están
triunfando en el mundo las ideologías populistas y nacionalistas que ofrecen
tierras prometidas al personal. Pero, ¡claro!
la idea no es ir de Guatemala a Guatepeor. La idea no es crear ídolos de
barro, la idea es que tenemos que construir cimientos sólidos para una vida
mejor donde la confianza -que es la gasolina de cualquier sociedad- sea
sagrada: tanto el depositarla como generarla.
La palabra de una persona ha dejado de tener valor, sólo nos
fiamos de textos firmados ante notarios. Vivimos en la sospecha continua. No
sólo hemos perdido la fe en nuestros políticos sino que presuponemos con mucha
facilidad que el tendero nos quiere engañar, el psicólogo nos quiere sacar los
cuartos, el mecánico no nos ha puesto la
pieza nueva…Pero la sospecha se extiende a lo cercano, ¿y si fulanito es amigo
mío por algún interés?, ¿y si mi mujer sólo me quiere por el dinero?, ¿me dejará
mi marido por una más joven en cinco años? …Esto es agotador y así no se puede
vivir. Y lo peor es que las sospechas
puedan ser ciertas porque socialmente estamos premiando a los “listos” y a los
aprovechados. Pero lo que da fruto a corto plazo es una catástrofe en el largo.
En la Educación se debería recuperar el valor de la palabra y de
la honestidad. Una sociedad basada en la honradez es una sociedad sólida que a
la larga favorece a todos. Si todos
fuésemos fieles y fiables cambiaríamos el mundo. No es una exigencia sólo hacia los
demás, es la autoexigencia de ser
fiables y para ello hemos de ser sinceros, coherentes, abiertos y responsables.
Parece muy utópico, pero ya lo sabemos , lo somos. Y yo, como
Mujica, amo a esos bichos utópicos, que de vez en cuando hacen cosas grandes
y con su fe, mueven montañas.
Foto: MarCruzCoach Venecia. Italia.
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