“El grado y la naturaleza
de la sexualidad de un hombre alcanzan las cimas más altas de su espíritu”. Nietzsche.
La mayor tarea que tenemos –según los
sabios- es conocernos a nosotros mismos y actuar en consecuencia. Pero en esta
tarea existe un antes y un después de Sigmund Freud. Gracias a él, sabemos que
hay un lugar oscuro e inaccesible que mueve los hilos de nuestras actuaciones.
Esto le pone aún más emoción a la aventura de vivir.
Freud descubrió el inconsciente, que no
es en absoluto un lugar en el cerebro. Se trata más bien de un estado de
nuestra mente al cual cuesta mucho tener acceso. Ahí están nuestras pulsiones
más potentes: la libido y el tánatos: sexo, muerte, violencia. Esta aportación
nos sirve para comprender nuestro comportamiento. Y gracias a la idea del inconsciente
colectivo, el de nuestro grupo.
Aunque no seamos muy fans del
psicoanálisis debemos reconocer que ya nadie puede explicarse a sí mismo sin
tener en cuenta este descubrimiento. Me adelanto a apuntar que el pobre
Segismundo penetró en la mujer como lo hace el hombre: hasta donde alcanza, que
no es mucho. Y se creyó que ahí acababan las profundidades del cuerpo humano y
del alma humana. Si hubiese estudiado al hombre desde la mujer, otro gallo nos cantara.
Pero ése era un imposible metafísico, porque él era hombre.
Yo suelo confiar en la doble naturaleza
humana, tanto en la biológica como en la cultural, porque presupongo que
nuestro cuerpo viene preparado para la supervivencia y que la cultura viene a resolver problemas con los
que nos enfrenta esa doble naturaleza: porque no hay forma de armonizarlas sin
violentarlas. En la cultura, queda violentada la naturaleza; en la violencia y
la incontinencia, se violenta a la cultura.
Por ello creo que si tenemos un lugar
oscuro donde guardar nuestros más bajos instintos, nuestros más inconfesables
deseos, nuestra naturaleza más primitiva es que es buenísimo que eso sea así, y
que todo eso se quede ahí. Somos gente civilizada, ¿no? No podríamos vivir
teniendo presente todo eso y estando constantemente sometidos a sus tentaciones.
Sería horrible.
Otra cosa bien distinta, es cuando se
produce realmente una disfunción, una incomodidad mental considerable, es decir
cuando nos desquiciamos. Ése es el momento de bajar a nuestro subsuelo y hurgar
para saber qué está pasando. Si todo te va razonablemente normal, no te metas
en líos y no intentes averiguar qué sucede en tu sótano. Como dice Virginia
Wolf, todos tenemos perros en el sótano. Perros, lobos, serpientes…y ¡vaya
usted a saber qué más!
Se compara muchas veces nuestro cerebro
con los ordenadores y está bien saber usarlos; pero tampoco hace falta saber
exactamente cómo funcionan. Son complicados. (A no ser que sea tu profesión).
¿Pero cuáles deben ser los perros más
comunes de ese sótano? Imagino que nuestros deseos más primitivos, nuestras
pasiones deben estar en comunión con nuestros instintos y, en definitiva, con
todo aquello que es importantísimo en nuestras vidas: la supervivencia, el sexo,
la violencia, la fuerza…
Los sótanos son lo
que la civilización nos ha obligado a reprimir. No malo por sí mismo, sino
convencional y artificialmente malo.
De hecho, Freud veía
mucho sexo en ese sótano, y me parece lógico. El psicoanálisis surge en una
sociedad vienesa muy muy conservadora donde las mujeres no pueden ni enseñar el
tobillo, a los chicos se les obsesiona diciéndoles lo mala que es la
masturbación, a los homosexuales se les trataba como enfermos mentales, así que
parece normal que anduvieran tod@s un
poco histéric@s. Bueno, y veía mucho sexo porque era hombre. ¿Por qué no
decirlo? Cuestión aparte es su visión masculina del tema, porque “el complejo de
castración”, por poner un ejemplo, no deja de tener su guasa. Visión de macho
hasta el ridículo.
¿Pero qué pasaría
si liberásemos del todo nuestras pulsiones sexuales? ¿Habría realmente mucho sexo?
¿Seríamos muy promiscuos? ¿Más aún? ¿Iríamos a trabajar? ¿Escribiría posts? ¿Se
aceptaría el incesto? ¿Los hombres podrían dar rienda suelta a su complejo de
Edipo? ¿Y la mujer? ¿Sería coartífice o resultaría víctima de esa orgía
pansexual? ¿Avanzaría la ciencia? ¿Desaparecería el arte? ¿Y la religión? ¿Y lo
que es peor… ¿Desaparecerían el Facebook y el whatsapp? Jaja!!
Bueno, creo que
hemos hecho tarde para esas reflexiones. Ha vencido la cultura que, para su
desgracia, se ha empeñado en exhibir a la luz del día los monstruos que tiene
reprimidos en en el subsuelo y se le soliviantan. Y eso pretende ser una
manifestación de cultura: soltar a los monstruos que la cultura condenó a la
oscuridad. No es la primera vez que eso nos ocurre. Y quien pierde siempre es
la misma: la cultura. Y los segmentos más débiles de la sociedad a los que la
cultura protege o protegía.
Imagino que como
el inconsciente es la contrapartida de las convenciones sociales, cada tipo de
sociedad debe configurar sótanos diferentes.
Pero insisto en
que nuestra doble naturaleza es sabia porque si esto que imaginó Freud se
ajusta más o menos a la realidad, la cosa está muy bien pensada. Por ejemplo:
siento deseos de matar a alguien, mi inconsciente me lo oculta, mi consciente
lo intuye pero lo reprime. Si pasa la censura y cometo el crimen, la justicia
actúa. ¡Menos mal! Me quedo mucho más tranquila. Y más, si pienso que yo puedo
ser la diana de otro.
Sigo haciéndome
preguntas: en un mundo donde todo estuviera aceptado, en un mundo sin leyes,
sin restricciones, sin moral, ¿desaparecería el inconsciente? ¿Seríamos
absolutamente libres?
Ante el deseo de ser
libres y ante el hecho de que tenemos endiosados a nuestros instintos, la
tentación más común es la de cargarnos todas las manifestaciones de la cultura
por las cuales nos sentimos oprimidos: las leyes, las normas, la educación, el
arte, la religión… etc. Desgraciadamente resulta demasiado evidente que si
diéramos rienda suelta a nuestro inconsciente y a todos nuestros instintos,
paradójicamente, acabaríamos con la especie, o desde luego con lo que
entendemos por civilización. Así que como algunos han apuntado, debemos aceptar
la cultura como un mal necesario. Se trata de que sea un mal lo más tenue
posible, y desde luego, sin caer en la otra tentación, en la que se ha caído durante muchos siglos:
la de eludir los problemas sexuales y morales valiéndose de esa idea
disparatada según la cual basta con ocultar algo para que no exista. ¿Ocultar o
reprimir? Aunque la represión va por barrios. Y hasta por géneros. Unos
reprimen y otros oprimen. Unos son reprimidos y otros oprimidos. Aflojarles a
unos la represión es apretarles a otros la opresión. En fin, que soluciones
fáciles y lineales no las hay.
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