“No busques fuera, sino dentro de ti. En el interior del hombre
habita la verdad”. San Agustín
“Conócete a ti mismo” decía un aforismo
griego inscrito en el templo de Apolo en Delfos. Y Píndaro -el poeta griego de
la Antigüedad- decía: “Llega a ser el que eres”.
Son afirmaciones sorprendentes que nos
causan perplejidad. Tiene su gracia (a veces, no tanta) que nazcamos, nos
tengamos que desarrollar y para llevar una vida “normal” sea vital cumplir estos preceptos. De lo contrario,
nuestra vida estará sembrada de escollos.
Tenemos una doble misión casi
contradictoria: vivir como si supiéramos quiénes somos y mientras tanto, ir
descubriendo quiénes somos de verdad. Suena a malabarismo perverso, o al menos,
a travesura de los dioses. De todas maneras, a Pico della Mirandola, esta
indefinición del hombre, este no saber si está hecho del todo, le parecía una
muestra inequívoca de la dignidad y la libertad del ser humano. Como siempre,
todo es cuestión de puntos de vista.
Pero sería mucho más fácil si al nacer
viniésemos con un manual de instrucciones tipo: eres muy extrovertido, tu
talento son las matemáticas, no serás buen padre, tu hobby es la pintura y
estás muy dotado para los deportes. Y puestos a elegir, en otra carta adjunta
se nos podría explicar cosas del tipo: estás en este mundo fruto del azar, haz
lo que puedas , o la energía cósmica, Dios, el Universo te han creado para que
aportes alegría, sabiduría, belleza o nuevas tecnologías al mundo. En
definitiva, podríamos nacer sabiendo quiénes somos, por qué estamos aquí, qué
es lo que tenemos que hacer y hacia dónde vamos. Y los chicos se ahorrarían
tener que estudiar filosofía en el Bachillerato, no sería necesario tener fe en
ningún Dios y nunca tendríamos que ir al psicoanalista. En fin, otro mundo que
no parece muy posible más que para una película de ficción.
La realidad es que todos estamos en otro
guión que tiene muy poco que ver con el “tú mismo”. El guión de que no hay
guión, o al menos no lo conocemos. Nos dan muchas pistas, pero al final tenemos
que fabricarnos uno para nosotros. Y no tenemos absoluta libertad, ¡claro!,
sino ilusión de libertad. Te suelen dar un contexto preestablecido (no por
obligarte, sino para ponértelo fácil. ¡Faltaría más!), y ya hay guiones
“estándar” (máscaras tranquilizadoras)
que pueden ser útiles para ir tirando. Pero si realmente quieres ser el
protagonista de tu película, si realmente quieres “llegar a ser el que eres”,
no te queda otra que “conocerte a ti mismo”.
¿Cómo podemos hacer esto? Muchos caminos
nos ayudan, pero hay uno que no podemos obviar y que yo he llamado “la mirada
interior”: consiste en mirarse (pariente próximo de admirarse), observarse,
escucharse y sentirse a uno mismo. En la tradición judeo-cristiana, a ese
entrar en sí mismo para conectarse con el todo, lo llamamos rezar; los
budistas, hacer meditación Zen; los postmodernos, “la práctica del
Mindfulness”… Hay muchísimas prácticas diferentes al respecto, pero todas
buscan algo parecido. Fomentar el silencio, la autoobservación y la conexión
con la totalidad de la que formamos parte.
Los beneficios son evidentes desde el
inicio de la práctica: seguramente por eso, estos rituales los encontramos en
todas las culturas. Lo ideal sería que cada cual encontrase por sí mismo el sabor
y el valor de las mismas y que con eso nos bastase, pero nos cuesta fiarnos de
nuestros sabores; por eso siempre estamos a expensas de lo que dicen “Los
Saberes” estándar. Pues bien, como tenemos que dejar contentos a todos nuestros
“yoes” y, en especial, a nuestra máscara de seres postmodernos, cabe decir que
desde Massachusetts se han hecho estudios que demuestran los enormes beneficios
de la práctica de Mindfulness: mejora la memoria, el aprendizaje, la compasión,
la empatía, la autoconciencia y la introspección; y además ayuda a tener el
estrés bajo control.
Además, parece evidente, que la
meditación supone tener un compromiso activo con la ATENCIÓN (ad téndere es ir a algún sitio: y por supuesto, sabiendo
adónde vamos), que es el mejor antídoto contra las distracciones y los
secuestros emocionales. Es la mejor arma para controlar nuestra BRÚJULA
INTERIOR y, en definitiva, para desarrollar una metaconciencia que nos permita
mirarnos desde fuera para realmente conocernos a nosotros mismos y llegar a ser
lo que somos.
Saber esto está bien; pero si te decides
a mirarte a ti mismo y rezar, meditar, o a hacer Mindfulness, que sea porque le
sienta bien a tu YO más profundo, a ése
que tenemos que descubrir. La mirada interior no persigue el diálogo
interior sino la contemplación y la pasión por la vida porque –como dice Pablo
d’Ors- la identidad no es una conquista, sino un descubrimiento.
IDEAS PARA RECORDAR:
Tenemos una doble misión
casi contradictoria: vivir como si supiéramos quiénes somos y mientras tanto,
ir descubriendo quiénes somos de verdad.
La mirada interior: a través
de la Meditación, contemplación, rezo, Zen, Mindfulness… nos ayuda a conocernos
y a entrar en conexión con la totalidad de la que formamos parte.
La práctica de Mindfulness:
mejora la memoria, el aprendizaje, la compasión, la empatía, la autoconciencia
y la introspección; y además ayuda a tener el estrés bajo control.
La meditación no persigue un diálogo sino la contemplación y la pasión por la
vida.
Supone, además, un compromiso
activo con la atención (el mejor antídoto contra los secuestros emocionales).
Foto: MarCruzCoach
Foto: MarCruzCoach
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