"Dos cosas definen a un hombre: su mirada y su corazón" P. Willot.
Las
miradas nos atraen. Algunas más que otras. La de la Monalisa parece tener un enigma
que -aún a día de hoy- no somos capaces de resolver, pues de ella siguen
surgiendo nuevas interpretaciones. A
la Monalisa holandesa ("La joven de la perla" de Vermeer), le ha sucedido lo mismo. De su mirada ha
nacido una novela… en definitiva, una historia, una vida, porque de sus ojos
podemos entrever una manera de comprender el mundo y por lo tanto, su mundo.
Bulgakov
repetía que la principal equivocación que cometen las personas es menospreciar los ojos humanos. E
insistía en que la lengua puede ocultar la verdad, pero los ojos ¡jamás!
A
los niños cuando sospechamos que han dicho una mentira, siempre les decimos
“mírame a los ojos”. Con mis hijos no falla, de hecho, mi método se ha mostrado
tan infalible que ya cuando pronuncio la palabra ojos, lo confiesan todo
inmediatamente.
Los
ojos hablan, son transparentes, nos delatan, nos humanizan. Para Amélie Nothomb
sin ninguna duda la mirada es la más sorprendente de las facultades humanas.
Nos dice que no parece que exista algo tan singular, pues de las orejas no
hablamos de tener una escuchada ni de la nariz una olida… Y lleva razón.
La
mirada resulta la morada preferida del alma humana. Hay ojos sin mirada en
personas sin vida; pero donde hay vida, hay mirada. A. Nothomb cree que ninguna
palabra puede aproximarse a su extraña esencia. Pero, a pesar de ello, la
mirada existe. “Pocas realidades existen hasta tal punto”.
Las
miradas lo explican todo: hay miradas que matan, miradas risueñas, burlonas,
tiernas, amorosas, libidinosas, desafiantes, comprensivas, frías, apáticas,
reflexivas, inteligentes, brillantes…
Hasta
tal punto somos nuestra mirada, que no se la entregamos a cualquiera. Es muy
difícil sostener una mirada. Y que nos miren puede incomodarnos enormemente.
Sólo
se sostienen la mirada los enamorados porque se entregan al otro
incondicionalmente, quieren estar en la mirada del otro, ser el otro, fundirse
en sus ojos. Pero esta efusión tiene su límite; por eso es tan fácil reconocer al
entrar en un bar o restaurante, qué parejas están enamoradas y cuáles
“simplemente”, felizmente casadas o emparejadas: él mirando el mundo deportivo
y ella, al infinito; o cada uno a su móvil. Por poner un poco de humor.
Todos
deberíamos cultivar el valor de saber mirar, creo que es una cualidad poco
aprovechada. Los seductores y los vendedores lo saben muy bien aunque sus fines
no siempre sean loables. La mirada es importantísima en la educación: los niños
necesitan sentirse mirados, atendidos, admirados. Se pasan la vida diciéndonos
a los adultos –sobre todo a los padres- “mira, mira qué hago”. Los psicólogos
siempre recomendamos el contacto visual cuando haya que explicarle algo a un
niño; y la mejor forma de hacerlo es poniéndonos a su altura. Es una muestra de
respeto y además, le condicionas su atención.
Me
comentaba hace poco un respetado profesor, que fue a final de su carrera cuando
cayó en la cuenta de que su éxito docente no había estado tanto en sus
extraordinarias explicaciones y en su saber escuchar, como en su buen saber
mirar. Doy fe.
Es
que la mirada, además de todo, es elección. Las miradas son selectivas. De
todos los estímulos que hay a nuestro alrededor, elegimos fijar la atención en
uno. Así sucede que cuando un alumno se siente “la elección” de su profesor, se
siente especialmente valorado, respetado, y en cierto modo, querido. Y no hay
mejor vitamina para despertar su interés y su motivación.
Y
si la mirada es elección, también puede ser rechazo. El hecho de que no nos
miren es el símbolo más evidente de desprecio y de ninguneo. A veces preferimos
que nos miren mal para saber que, al menos, existimos.
Siempre
acabo consultando a mi profesor de latín a ver si la lengua madre me aporta
algo. Curiosamente, el verbo “miror”
latino no significa mirar -tal y como lo entendemos en castellano- sino:
admirar, ser sorprendido, asombrarse. Y mi conclusión es que definitivamente es
mucho mejor ir por el mundo mirando con admiración. Mucho mejor admirar el mundo
que sólo mirarlo, mejor admirar a nuestros alumnos, a nuestros clientes, a
nuestros pacientes…
La
actitud de asombro, la mirada admirada de lo que hay a nuestro alrededor ha
sido siempre la actitud de los científicos, de los poetas, de los filósofos… y no
estaría mal -como he dicho antes-, que todos aprovecháramos más esa gran
cualidad que tenemos: la mirada.
Y en homenaje a una de las miradas más
sorprendentes que existen (la de los enamorados) este magnífico pasaje del
Cántico espiritual de San Juan de la
Cruz:
“Cuando tú me mirabas,
su gracia en mí
tus ojos imprimían;
por eso me
adamabas,
y en eso
merecían
los míos adorar lo que en ti veían."
IDEAS PARA RECORDAR:
La
lengua puede ocultar la verdad, los ojos ¡jamás!
La
mirada es la más sorprendentes de las facultades humanas. Además, es la morada
preferida del alma.
Deberíamos
cultivar esas posibilidades de la mirada, tan importantes en la educación, en
el respeto, en el amor, en la convivencia…
Mirar
implica atención, elección y exclusión.
Puestos
a mirar, mucho mejor admirar el mundo y las personas que nos rodean.
Foto: MarCruzCoach
Cuadro: "Mujer ociosa" de M.Weber interpretado por C.de Juana.
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