"Quería tan sólo intentar vivir aquello que tendía a brotar espontáneamente de mí. ¿Por qué había de serme tan difícil?" Hermann Hesse
Decía Jean-Claude Kaufmann en su obra
“Identidades” que cuando todos gritamos el año pasado “yo soy Charlie”,
lo que hicimos es convertirnos en otros, enajenarnos (fuera de nosotros mismos)
y nos inscribimos en un movimiento colectivo que pensaba y vibraba al unísono.
En realidad, a este tipo de procesos nos
estamos sometiendo continuamente cuando hacemos nuestros los clichés de todas
las pertenencias que conforman nuestra identidad: cuando asumimos lo que
significa pertenecer a una clase social, ser hombre o mujer, tener una
determinada lengua materna, tener una determinada profesión o religión, haber
nacido en una tierra concreta, ser de derechas, de izquierdas o de centro, o
simplemente simpatizar con determinados planteamientos políticos… Y a la hora
de hacer estadísticas, los clichés son lo más estable.
Pero nuestra identidad individual
debería ser algo más que la suma de esas identidades colectivas. Algo más, o
quizás algo menos, porque lo interesante es ir restando todos los adornos que
llevamos prestados. Lo auténtico es que todo eso no sean más que vestimentas y
abalorios de algún tipo de individualidad.
Lo que sucede es que las identidades
colectivas nos simplifican mucho el mundo, nos refuerzan nuestra estima y nos
ahorran hacer esfuerzos. Es que ser ídem
(el mismo que) nos colectiviza, nos uniformiza, nos disuelve en la colectividad
con la que hemos decidido identificarnos, es decir ser lo mismo.
Ser uno mismo (en las antípodas de ser
lo mismo que) -insiste Kaufmann- exige de todo individuo un trabajo psíquico de
una complejidad y de una intensidad inauditas. En efecto, pensar uno por sí
mismo, conectar con sus impulsos y con sus deseos más genuinos y actuar en
consecuencia, requiere no pocas facultades y no está al alcance de cualquiera.
Nuestra vida diaria fluye sola tan
pronto como decidimos someternos a los convencionalismos; lo contrario en
cambio, que es ser crítico con éstos y andar rompiéndolos, es agotador. Ir
contra corriente puede acabar con tus energías. Así que solemos optar por lo
fácil: “dejarnos llevar”. Es lo que tiene ser gregario.
Decía Schopenhauer que él sólo era él
mismo cuando estaba solo; y pensándolo bien, creo que lleva razón. Me sucede
con frecuencia, que dado mi alto grado de empatía, fruto en buena parte de mi
instinto de agradar, acabo diciendo o haciendo lo que harían los que me están
mirando (esto venimos haciéndolo desde niños) y a menudo me veo haciendo
monerías y renunciando a mi verdadero ser. Las consecuencias son devastadoras
para mí; pero creo que también lo son para los demás: que se pierden lo que
podría aportarles si me comportase de forma más auténtica. Claro, “autos” es “uno mismo”, mientras que “ídem” es “lo mismo”: una copia.
Esta idea no tiene nada que ver con romper
sistemáticamente las normas de convivencia que nos hemos dado. No se trata de
ir a la contra por sistema (que es otro género de identidad). La mayoría de
nuestros convencionalismos tienen su razón de ser: y como dice Marsé, “ser
sujeto y estar sujeto a normas van de la mano”. Se trata de ser valiente y
hacer el esfuerzo de pensar las cosas sin prejuicios.
Para mí, tratar con personas que se han
sumado a una identidad colectiva renunciando a ser ellas mismas, resulta desactivador;
porque desde que percibo en la persona esa identidad colectiva, sé que no trato
con la persona, sino con su estereotipo.
Me impresiona ver cómo la inmensa
mayoría de la gente sigue su vida sin ver una sola grieta en el sistema y sin
que le asalte ni una sola duda. Me impresiona, de verdad, que la gente se
sienta cómoda haciendo “lo que le toca”.
No es que yo esté en condiciones de
cantar victoria, pero sé que el único camino es el de realizar ese trabajo psíquico
de gran complejidad y enorme intensidad que nos lleve a conocernos y a admitirnos
a nosotros mismos: el único camino para llegar a ser lo que somos. Creo que ésta
es una de las grandes cosas que vale la pena hacer en este mundo.
Encontrarnos a gusto con nuestra
identidad, pasa por hacer el esfuerzo de reconocer nuestras diferentes
“identidades” e intentar buenamente aunarlos de la mejor manera posible. Yo
siempre ando en una lucha entre mi yo disfrutón, divertido y ligero, con mi
otro yo que ama la profundidad y la seriedad. Claro que son compatibles, pero
andan ahí a empujones intentando hacerse un hueco.
Mientras redacto este post oigo como
Alejandro Sanz comenta que Paco de Lucía necesitó de su guitarra para
expresarse, para saber quién era… Es evidente que son muchos los caminos que
llevan a Roma: la meditación nos lleva a nuestro yo, el trabajo y el Arte…
también. Sigue diciendo Alejandro: “Paco es el ser humano más vivo que he
conocido” “Tenía siempre la mente ocupada y por encima de todo le gustaba reír,
reírse mucho”. (Otro día hablaré de la risa).
“El ser humano más vivo”, ¡qué curiosa
expresión! ¿es que uno puede estar medio vivo o vivo a medias? Pues parece que
sí. Y para no salirme del guión de la identidad, vuelvo a pensar en Paco de
Lucía. Qué absurdo sería decir de él que era andaluz, de un partido político,
un músico, un guitarrista. Paco era Paco de Lucía. ¡Qué gusto debe dar, en vez
de decir yo soy gaditano, etc., decir yo soy Paco de Lucía!
Está bien vibrar en nombre y en compañía
de otros, sentirse comunidad, colectividad. El sentido de pertenencia nos es
muy propio: por solidaridad, por compasión, por la necesidad de ser aceptados.
Todo bien, mientras no sea la coartada para ahorrarnos el esfuerzo de intentar
ser nosotros mismos… ¡Pero qué gustazo debe ser decir “Yo soy Yo”!
IDEAS PARA RECORDAR:
Nuestra identidad individual
debería ser algo más que la suma de esas identidades colectivas. Algo más, o
quizás algo menos.
Las identidades colectivas
nos simplifican mucho el mundo, nos refuerzan nuestra estima y nos ahorran
hacer esfuerzos.
Ser uno mismo exige de todo
individuo un trabajo psíquico de una complejidad y de una intensidad inauditas.
Encontrarnos a gusto con
nuestra identidad, pasa por hacer el esfuerzo de reconocer nuestras diferentes
“identidades”.
¡Pero qué gustazo debe ser
decir “Yo soy Yo”!
Foto: MarCruzCoach
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