viernes, 29 de enero de 2016

IDENTIDADES


"Quería tan sólo intentar vivir aquello que tendía a brotar espontáneamente de mí. ¿Por qué había de serme tan difícil?" Hermann Hesse

Decía Jean-Claude Kaufmann en su obra “Identidades” que cuando todos gritamos el año pasado “yo soy Charlie”, lo que hicimos es convertirnos en otros, enajenarnos (fuera de nosotros mismos) y nos inscribimos en un movimiento colectivo que pensaba y vibraba al unísono.

En realidad, a este tipo de procesos nos estamos sometiendo continuamente cuando hacemos nuestros los clichés de todas las pertenencias que conforman nuestra identidad: cuando asumimos lo que significa pertenecer a una clase social, ser hombre o mujer, tener una determinada lengua materna, tener una determinada profesión o religión, haber nacido en una tierra concreta, ser de derechas, de izquierdas o de centro, o simplemente simpatizar con determinados planteamientos políticos… Y a la hora de hacer estadísticas, los clichés son lo más estable.

Pero nuestra identidad individual debería ser algo más que la suma de esas identidades colectivas. Algo más, o quizás algo menos, porque lo interesante es ir restando todos los adornos que llevamos prestados. Lo auténtico es que todo eso no sean más que vestimentas y abalorios de algún tipo de individualidad.

Lo que sucede es que las identidades colectivas nos simplifican mucho el mundo, nos refuerzan nuestra estima y nos ahorran hacer esfuerzos. Es que ser ídem (el mismo que) nos colectiviza, nos uniformiza, nos disuelve en la colectividad con la que hemos decidido identificarnos, es decir ser lo mismo.

Ser uno mismo (en las antípodas de ser lo mismo que) -insiste Kaufmann- exige de todo individuo un trabajo psíquico de una complejidad y de una intensidad inauditas. En efecto, pensar uno por sí mismo, conectar con sus impulsos y con sus deseos más genuinos y actuar en consecuencia, requiere no pocas facultades y no está al alcance de cualquiera.

Nuestra vida diaria fluye sola tan pronto como decidimos someternos a los convencionalismos; lo contrario en cambio, que es ser crítico con éstos y andar rompiéndolos, es agotador. Ir contra corriente puede acabar con tus energías. Así que solemos optar por lo fácil: “dejarnos llevar”. Es lo que tiene ser gregario.

Decía Schopenhauer que él sólo era él mismo cuando estaba solo; y pensándolo bien, creo que lleva razón. Me sucede con frecuencia, que dado mi alto grado de empatía, fruto en buena parte de mi instinto de agradar, acabo diciendo o haciendo lo que harían los que me están mirando (esto venimos haciéndolo desde niños) y a menudo me veo haciendo monerías y renunciando a mi verdadero ser. Las consecuencias son devastadoras para mí; pero creo que también lo son para los demás: que se pierden lo que podría aportarles si me comportase de forma más auténtica. Claro, “autos” es “uno mismo”, mientras que “ídem” es “lo mismo”: una copia.

Esta idea no tiene nada que ver con romper sistemáticamente las normas de convivencia que nos hemos dado. No se trata de ir a la contra por sistema (que es otro género de identidad). La mayoría de nuestros convencionalismos tienen su razón de ser: y como dice Marsé, “ser sujeto y estar sujeto a normas van de la mano”. Se trata de ser valiente y hacer el esfuerzo de pensar las cosas sin prejuicios.

Para mí, tratar con personas que se han sumado a una identidad colectiva renunciando a ser ellas mismas, resulta desactivador; porque desde que percibo en la persona esa identidad colectiva, sé que no trato con la persona, sino con su estereotipo.

Me impresiona ver cómo la inmensa mayoría de la gente sigue su vida sin ver una sola grieta en el sistema y sin que le asalte ni una sola duda. Me impresiona, de verdad, que la gente se sienta cómoda haciendo “lo que le toca”.

No es que yo esté en condiciones de cantar victoria, pero sé que el único camino es el de realizar ese trabajo psíquico de gran complejidad y enorme intensidad que nos lleve a conocernos y a admitirnos a nosotros mismos: el único camino para llegar a ser lo que somos. Creo que ésta es una de las grandes cosas que vale la pena hacer en este mundo.

Encontrarnos a gusto con nuestra identidad, pasa por hacer el esfuerzo de reconocer nuestras diferentes “identidades” e intentar buenamente aunarlos de la mejor manera posible. Yo siempre ando en una lucha entre mi yo disfrutón, divertido y ligero, con mi otro yo que ama la profundidad y la seriedad. Claro que son compatibles, pero andan ahí a empujones intentando hacerse un hueco.

Mientras redacto este post oigo como Alejandro Sanz comenta que Paco de Lucía necesitó de su guitarra para expresarse, para saber quién era… Es evidente que son muchos los caminos que llevan a Roma: la meditación nos lleva a nuestro yo, el trabajo y el Arte… también. Sigue diciendo Alejandro: “Paco es el ser humano más vivo que he conocido” “Tenía siempre la mente ocupada y por encima de todo le gustaba reír, reírse mucho”. (Otro día hablaré de la risa).

“El ser humano más vivo”, ¡qué curiosa expresión! ¿es que uno puede estar medio vivo o vivo a medias? Pues parece que sí. Y para no salirme del guión de la identidad, vuelvo a pensar en Paco de Lucía. Qué absurdo sería decir de él que era andaluz, de un partido político, un músico, un guitarrista. Paco era Paco de Lucía. ¡Qué gusto debe dar, en vez de decir yo soy gaditano, etc., decir yo soy Paco de Lucía!

Está bien vibrar en nombre y en compañía de otros, sentirse comunidad, colectividad. El sentido de pertenencia nos es muy propio: por solidaridad, por compasión, por la necesidad de ser aceptados. Todo bien, mientras no sea la coartada para ahorrarnos el esfuerzo de intentar ser nosotros mismos… ¡Pero qué gustazo debe ser decir “Yo soy Yo”!

IDEAS PARA RECORDAR:

Nuestra identidad individual debería ser algo más que la suma de esas identidades colectivas. Algo más, o quizás algo menos.

Las identidades colectivas nos simplifican mucho el mundo, nos refuerzan nuestra estima y nos ahorran hacer esfuerzos.

Ser uno mismo exige de todo individuo un trabajo psíquico de una complejidad y de una intensidad inauditas.

Encontrarnos a gusto con nuestra identidad, pasa por hacer el esfuerzo de reconocer nuestras diferentes “identidades”.

¡Pero qué gustazo debe ser decir “Yo soy Yo”!

Foto: MarCruzCoach














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