“El
necio no sabrá apreciar ni el sabor de una flor ni el olor de una fruta”. R. Fontanarrosa.

La gratificación de la vida es el
placer: para la inmensa mayoría de las cosas, al contado, y de menudencia en
menudencia. Si no fuese por esa secuencia infinita de ínfimos placeres, no
aprenderíamos nada: por eso es tan productivo el aprendizaje de un bebé, y tan
improductivo el de un escolar.
Amélie Nothomb, una autora belga, cuenta
-con excepcional ingenio- que ella nació a la edad de dos años y medio, el día
que su abuela le proporcionó un chocolate blanco belga. Sólo al sentir ese
placer comprendió que existía una justificación a tanto aburrimiento y le
pareció claro que el cuerpo y el espíritu sirven para gozar.